LA SOSTENIBILIDAD NO ES UN SLOGAN
Actualizado: 22 mar 2022
Desmitifiquemos la sostenibilidad arquitectónica en las ciudades de Latinoamérica y sus contradicciones en la producción. Empezó a catalogarse como tal desde que se reconoció su valor comercial, volviéndose tendencia y motorizando diferentes emprendimientos inmobiliarios, aunque este recurso puso en evidencia la disociación de dicho concepto, por tanto, su ausencia en la producción tradicional.
¿Cuánto de arquitectura consciente o slogan publicitario hay en cada proyecto?
Para evaluar la idea que tiene cada profesional sobre el tema, debemos partir desde la formación académica. En la universidad podemos dar cuenta de que la sostenibilidad es enseñada y por tanto entendida como una “alternativa” a la producción arquitectónica, ausente en los planes de estudios salvo rara aparición como materia optativa o cursos externos.
Esto representa una separación conceptual entre el proyecto arquitectónico y el sostenible, evidenciando que la sostenibilidad en la arquitectura es optativa y de acceso exclusivo (altos costos, para certificar un edificio sostenible “normas LEED” ya que se debe estar acreditado y capacitado a través de cursos o masters pagos).

El resultado: generaciones de profesionales ejercen su labor insostenible, por ignorancia o conveniencia, la que se manifiesta de manera perjudicial en el espacio urbano: costos ambientales, inequidad social e inaccesibilidad económica. Como reflejo de dicha producción, que los receptores confundan su significado, ya que para la ciudad representa una plusvalía en proyectos de los que solo sale beneficiado el mercado inmobiliario y para la sociedad es solo una tendencia, una moneda de cambio por estatus social.
Es necesario repensar los modos de abordar esta cualidad, no como oportunidad sino como necesidad, para el futuro de la habitabilidad urbana.
La arquitectura es “sostenible” cuando traduce el medio con el que se relaciona a través de una respuesta superadora a la situación existente, mejorando la calidad de vida de manera responsable a sus destinatarios, directos e indirectos: en beneficio de todos los ciudadanos. No es solamente la añadidura de tecnologías eficientes, o “Las tres R”, ya que no se garantiza con cumplir con las normas LEED.
La sostenibilidad se alcanza por el entre todos los tejidos que conforman a una ciudad: cultural, social, económico, político, productivo, territorial, tecnológico, etc.

Supongamos que un proyecto es sostenible desde lo productivo, económico, tecnológico y “político”, pero no lo es en lo social y lo territorial. La contradicción se manifiesta en el espacio cuando el impacto del proyecto beneficia a unos y perjudica a otros. Es el caso de barrios privados en Escobar, Pilar y otros municipios rivereños, responsables de grandes inundaciones a partir de la destrucción de humedales sobre la rivera del Lujan.
Las nuevas “Ciudades sustentables”, levantando su bandera por el cuidado del medio ambiente, comercializan emprendimientos con información distorsionada, negando el impacto que produce la antropización del rio y su entorno inmediato.
También puede verse a través diversos emprendimientos inmobiliarios en barrios deteriorados, motores de fuertes procesos de gentrificación, afectando al tejido cultural y social. Trueque de “compromiso ambiental y productivo” por negocio especulativo, en complicidad con las autoridades locales, para un sector de la sociedad que consume una construcción discursiva de la sostenibilidad.
Es necesario que la arquitectura sea sostenible, una cualidad inherente al proyecto.
Pienso que es un error su carácter optativo, ya que es un deber que tenemos como profesionales concientizarnos y hacernos responsables del medio donde vamos a intervenir. La sostenibilidad complejiza y enriquece al hábitat humano, por tanto, la arquitectura debe ser obligatoria con fuerza de ley, así como cada habitante de la ciudad debe ser ciudadano y tener derecho a una ciudad sostenible.

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