TEORÍA Y PRÁCTICA
Actualizado: 22 mar 2022
Históricamente la arquitectura es una disciplina que ha pivotado entre la teoría y la práctica, entre el arte y la técnica, sin llegar a una conclusión. No es una polémica reciente. En el más antiguo de los tratados de arquitectura que se conserva al día de hoy, Los diez libros de Arquitectura de Vitruvio (Roma, siglo I), se inicia afirmando que la arquitectura tiene dos facetas: la práctica y la teórica: “La práctica es una continua y expedita frecuentación del uso, ejecutada con las manos, sobre la materia correspondiente a lo que se deja formar. La teórica es la que sabe explicar y demostrar con la sutileza y leyes de la proporción, las obras ejecutadas” (Vitruvio, Libro I).
Según el mismo autor, es competencia de los arquitectos conocer ambas facetas de la disciplina, pero cuando define qué conocimientos debe realmente saber un arquitecto, deja el aprendizaje de las técnicas constructivas a la experiencia en obra y menciona una extensa lista de conocimientos académicos.

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Este modo de entender la formación de los arquitectos se mantuvo por siglos en Occidente hasta la consolidación de la sociedad industrial, cuando la enseñanza de la arquitectura se incorpora a las instituciones de educación superior, los recién creados politécnicos, desligándose de las demás “artes mayores” en la segunda mitad del siglo XIX.
La razón de esta separación era que la formación académica de los arquitectos (orientada al estudio de la historia, el dibujo y los aspectos estilísticos de las edificaciones) no se correspondía con los requerimientos espaciales, técnicos y económicos de la sociedad industrial. En la formación académica faltaban una serie de conocimientos imprescindibles para una concepción positiva del proceso arquitectónico: aritmética, hidráulica, cálculo, resistencia de materiales y construcción. Los partidarios de este cambio afirmaban que a las academias se iba a adquirir el título de arquitecto, pero no la “Ciencia de la Arquitectura”.

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Con la incorporación de la arquitectura a las universidades politécnicas, los programas de estudio se centraron en los aspectos científicos y prácticos, relegando así el aprendizaje del arte, la historia y el diseño y como resultado de este proceso, la arquitectura y su enseñanza queda inmersa en la racionalidad, el funcionalismo, la estandarización, austeridad y primacía del orden constructivo, como exigencia de la industria y una economía capitalista.
La masificación experimentada en las universidades tras la segunda guerra mundial acentuó el protagonismo de las materias técnicas en la enseñanza de la arquitectura, principalmente por las dificultades que implicaba la instrucción teórica y artística en aulas saturadas de alumnos.
Consecuencia de esta nueva forma de enseñanza y del contexto social es que se produce una separación entre arquitectos críticos y prácticos, por este motivo se puede ver que las obras de la década del 50 hacen del programa funcional el punto de apoyo del edificio.

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No será hasta la década del 60 y 70 cuando la arquitectura fue cómplice de las fuerzas mitificadoras de la sociedad, que el crítico se alce contra lo que la arquitectura atenta y se propongan utopías y modelos de vida ideales.
Preocupados por los malos resultados urbanos y arquitectónicos obtenidos con este sistema de enseñanza se ha replanteado el rol que deben tener los aspectos teóricos y artísticos en la formación. Los aspectos funcionales, ya no serán los determinantes de las formas de los edificios, serán otros rasgos como los experimentados en el Minimalismo en el caso de las artes plásticas, las nuevas tecnologías o la utilización de los materiales los que darán como consecuencia visible la aparición de una serie de corrientes arquitectónicas que intentan recuperar y revalorizar los principios teóricos y estéticos de la disciplina.

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Pero la sociedad no está demandando arquitectos teóricos o refinados estetas, sino técnicos con los conocimientos necesarios para responder adecuadamente a una práctica profesional cada vez más especializada. La practica liberal de la profesión se ha deteriorado sensiblemente, ya que no se han generado especializaciones que respondan a los cambios tecnológicos derivados del funcionamiento más complejo de algunos edificios.
Estos problemas impiden que la producción de los arquitectos esté en armonía con la época, aún influenciados por la tradición académica, que reduce, innecesariamente, su campo de trabajo al separarlo de los aspectos constructivos y tecnológicos más modernos de su actividad profesional.
Tengamos en cuenta que la tecnología y la sociedad avanzan mas rápido de lo que nosotros podemos aprender sin especializarnos, por lo que las instituciones y los propios profesionales deben evaluar de manera objetiva su actividad y las formas en las cuales nos formamos y ejercemos, para poder actualizarlas y mejorarlas, sin estancarnos en las maneras de hacer del pasado.
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